A través de dunas implacables y bajo condiciones climáticas extremas, ese contingente llegó a simbolizar la resistencia y la habilidad en el arte de la guerra mecanizada. Muchas estrategias perfeccionadas en aquel escenario se transformaron en referencia posterior, mientras su presencia generó amplias repercusiones políticas y militares.
El recorrido histórico de esa fuerza constituye un capítulo esencial para comprender la evolución bélica en un frente complejo.
El Afrika Korps
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La coordinación con las fuerzas italianas a menudo planteó desafíos logísticos y estratégicos, ya que debían compartir suministros y objetivos en un entorno hostil. No obstante, la pericia de los oficiales y la tenacidad de la tropa permitieron avances espectaculares que desconcertaron a sus adversarios, acostumbrados a procedimientos más convencionales. Con el paso de los meses, estas maniobras rápidas y audaces alcanzaron fama mundial, alimentando la reputación del comandante y situando al grupo en el centro de la atención internacional. Las temperaturas extremas, la escasez de agua, la arena que dañaba los motores y el difícil mantenimiento de las líneas de abastecimiento se convirtieron en obstáculos permanentes. Sin embargo, la determinación y el ingenio de la formación lograron mantenerse activos y con frecuencia victoriosos, a pesar de contar con recursos limitados y de tener que enfrentar a un rival que también supo adaptarse paulatinamente al escenario desértico.
Origen y constitución
El mando alemán había estado siguiendo con atención el desarrollo de los combates en África desde que sus aliados italianos iniciaron la campaña contra las fuerzas británicas en Egipto. Cuando las líneas italianas comenzaron a ceder, surgió la necesidad de establecer un contingente que auxiliara de forma efectiva a un socio fundamental en el pacto militar europeo. No se pretendía, inicialmente, una participación masiva, puesto que el grueso de los esfuerzos de Berlín estaba concentrado en otros frentes más urgentes, especialmente en el inminente plan de expansión hacia el este. Sin embargo, la caída de importantes posiciones y el riesgo de perder el control sobre el Mediterráneo impulsaron la decisión de enviar unidades de refuerzo.
El primer contingente partió de Italia con dirección a Trípoli en febrero de 1941. La travesía marítima presentaba numerosos peligros debido a los submarinos y aviones británicos que patrullaban la zona, con lo cual se dispuso una logística compleja para evitar pérdidas significativas durante el traslado. El alto mando deseaba que la llegada de estos refuerzos fuera sorpresiva, de modo que se minimizó la información divulgada al respecto. Al frente de la operación se situó a Erwin Rommel, quien había demostrado talento para dirigir acciones de combate rápidas durante la campaña de Francia, especialmente al mando de unidades blindadas. El nuevo comandante aterrizó en África con la convicción de que una ofensiva relámpago podía revertir la situación, siempre y cuando se dispusiera de tanques, artillería móvil y vehículos de reconocimiento adecuados al terreno.
Las formaciones iniciales incluyeron la 5.ª División Ligera y elementos de la 15.ª División Panzer, acompañados por grupos de artillería antiaérea y unidades de abastecimiento. Aunque su número era relativamente reducido, contaban con un equipamiento moderno y con tripulaciones bien adiestradas. Se estableció una estrecha colaboración con el Ejército Real Italiano, que mantenía la responsabilidad de la administración territorial y proporcionaba parte de la infraestructura. La interacción con el mando italiano no siempre resultó fluida, pues existían diferencias en doctrinas de combate, en el estado de la oficialidad y en la calidad de los suministros. Aun así, el objetivo primordial de la operación consistía en recuperar el control de la Cirenaica y detener el avance británico hacia el oeste.
El territorio ofrecía múltiples dificultades, no solo por su topografía desértica, sino también por la limitada red de carreteras y la gran amplitud de la frontera. Con el fin de sortear estas complicaciones, la doctrina táctica alemana se basaba en la velocidad y la concentración de fuerzas. Se privilegiaba la actuación de los blindados en golpes decisivos, sustentados por la artillería y cubiertos por formaciones de reconocimiento que se adelantaban para identificar las debilidades del adversario. Esta concepción operativa resultaba innovadora en el contexto africano, donde las maniobras tendían a ser más cautelosas debido a las largas distancias y a la dificultad para asegurar los suministros. La sorpresa táctica se convirtió, por lo tanto, en un factor esencial.
El alto mando británico se mostró inicialmente escéptico ante la posibilidad de que un contingente alemán cambiara de forma drástica la correlación de fuerzas en la región, pues consideraba que la superioridad naval y aérea de su flota mediterránea bastaría para frenar cualquier refuerzo que intentara llegar por mar. Sin embargo, la rápida aparición de los alemanes, junto con el repliegue de varias posiciones británicas en Cirenaica, demostró que el escenario iba a modificarse con celeridad. Además, los mandos ingleses se vieron obligados a revisar sus planteamientos, ya que subestimaron la pericia de los nuevos contrincantes en la guerra del desierto.
El énfasis de la nueva fuerza no se limitaba a la potencia de fuego, sino también a la disciplina y al entrenamiento específico. Se consideraba fundamental que los soldados aprendieran a mantener y reparar los vehículos en condiciones extremas, a racionar el agua y a manejar la indumentaria adecuada para soportar las elevadas temperaturas diurnas y el intenso frío nocturno. Los comandantes intermedios recibieron instrucción para adaptarse a iniciativas independientes, lo cual otorgaba flexibilidad en operaciones de penetración profunda. De este modo, la constitución del contingente no solo implicaba la llegada de tanques y cañones, sino también la formación de un cuerpo cohesionado y capaz de emprender acciones combinadas con eficacia.
En términos políticos, la incursión en África buscaba asegurar la retaguardia del Eje en el Mediterráneo y proteger las rutas de abastecimiento de materias primas que circulaban por la región. La pérdida de esas rutas habría supuesto un serio contratiempo para la industria militar germana, comprometida en mantener un ritmo acelerado de producción. Por este motivo, la creación de la agrupación en el desierto fue considerada vital para la estrategia global. El propio Rommel se mostraba consciente de que la campaña africana, aunque subalterna a otros teatros de operaciones, podría proporcionar réditos propagandísticos importantes si lograba victorias resonantes.
Al conformar su estructura, se asignaron oficiales con experiencia previa en combates móviles, algunos de ellos veteranos de la campaña de Polonia. La adaptación logística resultó esencial. La logística se organizó de manera que permitiera movimientos veloces, con camiones para el transporte de infantería y tractores para los cañones antitanque. La Fuerza Aérea alemana, la Luftwaffe, proporcionó apoyo mediante escuadrones de cazabombarderos y aviones de reconocimiento que debían operar en pistas improvisadas en medio del desierto. Sin embargo, la distancia con las bases europeas y la limitada capacidad de transporte aéreo generaban retos constantes para mantener un flujo adecuado de repuestos, combustible y munición.
La constitución del contingente buscó también infundir un sentido de camaradería. A pesar de las carencias propias del territorio, se procuraba dotar a la tropa de raciones suficientes y de un mínimo de comodidades, como tiendas de campaña y equipos médicos, que ayudasen a sostener la moral. Esta preocupación por el bienestar de los efectivos representaba una novedad para muchos observadores, habituados a la idea de que las unidades se desgastaban rápidamente en climas tan inclementes. El mando alemán consideraba que, para triunfar en el desierto, era imprescindible mantener las fuerzas motivadas y bien dirigidas.
El movimiento inicial de la fuerza hacia la frontera oriental de Libia fue rápido. En cuestión de semanas, los alemanes y sus aliados italianos lograron recuperar gran parte de la Cirenaica, poniendo en retirada a los batallones británicos y capturando material de guerra que resultó invaluable para continuar la ofensiva. Esta inyección de éxito consolidó la confianza de la tropa y aumentó el prestigio de Rommel, cuya figura empezaba a atraer la atención de la prensa internacional. El comandante mostraba predilección por la inspección directa de las líneas y solía aparecer en posiciones avanzadas, lo que generaba empatía con sus soldados y fomentaba la imagen de un líder cercano.
No obstante, la constitución de la fuerza no escapaba a tensiones internas. Algunos oficiales consideraban que la política de acción rápida de Rommel conllevaba riesgos excesivos, especialmente cuando las líneas de suministros quedaban expuestas a contraataques británicos. Además, había preocupaciones por la subordinación oficial al mando italiano, pues a efectos formales existía una comandancia unificada. Estas divergencias no alcanzaron a fragmentar la unidad, pero reflejaban los problemas de compatibilizar visiones estratégicas distintas. Aun así, la composición final del contingente quedó definida con un equilibrio entre blindados, infantería, artillería y elementos de apoyo, y estableció la base de las campañas posteriores.
La solidez de esta estructura inicial se puso a prueba en combates como el asedio de Tobruk, donde los defensores británicos resistieron más tiempo de lo esperado. El esfuerzo para romper las líneas enemigas se complicó por la llegada de refuerzos australianos y por la intensa actividad de la Royal Navy en las costas cercanas. Sin embargo, la agrupación germano-italiana dio muestras de coordinación, lanzando repetidos asaltos y buscando puntos débiles. Aunque no se obtuvo una victoria rotunda en esa fase, el empuje germano en África demostró que el escenario se había transformado en un frente activo de relevancia.
Mientras se forjaba el dominio de la línea costera, los mandos alemanes reflexionaban acerca de la naturaleza del conflicto en el desierto. El ambiente requería una alta adaptabilidad: era vital aprender a usar las tormentas de arena como cobertura y a aprovechar la simplicidad de las caravanas ligeras para el reabastecimiento en zonas alejadas de las rutas principales. Las lecciones que se extrajeron en estos primeros meses se convirtieron en la base de las operaciones posteriores, tanto defensivas como ofensivas. Por su parte, la propaganda alemana resaltaba los éxitos en África, presentándolos como evidencia de la eficacia de la maquinaria militar y de la capacidad de improvisación de los mandos.
El contingente no llegó a ser autónomo en términos de suministros, por lo que dependía en gran medida de la llegada de convoyes marítimos desde Europa. Esta vulnerabilidad pronto se convirtió en un factor determinante, ya que la armada y la aviación británicas se enfocaron en interceptar las rutas de abastecimiento. Cualquier retraso en la llegada de combustible o munición podía paralizar las unidades blindadas, cruciales para la estrategia germana. Así, el tema de la constitución del contingente trascendía su mera estructura orgánica e implicaba un equilibrio delicado entre la conquista territorial y la necesidad de resguardar las propias vías logísticas.
De esta manera, los orígenes del contingente en África se distinguieron por la adaptación veloz a un escenario poco convencional, la cooperación con un aliado en dificultad y la búsqueda de resultados rápidos que revirtieran la situación estratégica. El mando alemán apostó por una formación dinámica, bien entrenada y dotada de material relativamente moderno, lo que permitió cosechar triunfos iniciales. Con todo, esta consolidación dependía de factores externos, como la protección de las rutas marítimas y la coordinación con Roma. Aun así, la constitución de la fuerza marcó el inicio de una campaña que ejercería una influencia significativa en los planes militares del Eje y en la evolución posterior del conflicto global.
Avance y primeras confrontaciones
Tras la exitosa reconquista de parte de la Cirenaica, las fuerzas germano-italianas buscaron consolidar sus posiciones y ejercer mayor presión sobre las defensas británicas. La llamada Operación Sonnenblume marcó un hito inicial, pues permitió a la formación germana establecer cabezas de puente que facilitasen la ofensiva posterior. Esta acción coincidió con la tendencia británica a reagruparse en la frontera egipcia, lo que otorgó a los alemanes un margen para fortificar algunos enclaves estratégicos y preparar nuevos movimientos. Aun así, la resistencia ofrecida por las guarniciones aliadas, reforzadas por unidades procedentes de Australia, Sudáfrica e India, presagiaba batallas de gran intensidad.
El primer gran choque llegó en la zona de Tobruk, un puerto fortificado clave para controlar el tráfico marítimo en la costa libia. Al verse rodeada, la guarnición británica se atrincheró con gran determinación, impidiendo un asalto relámpago que Rommel esperaba resolver con rapidez. Aun con refuerzos limitados, los defensores supieron sacar partido de las fortificaciones existentes y del apoyo naval que llegaba desde Alejandría. La confrontación se prolongó más de lo previsto, generando desgaste en las tropas del eje y retrasando planes de avance hacia Egipto. A pesar de no lograr una victoria decisiva en Tobruk, los alemanes mantuvieron el cerco y concentraron esfuerzos en explorar posibles rutas alternativas para seguir empujando hacia el este.
En paralelo, las fuerzas británicas lanzaron la Operación Brevity y, posteriormente, la Operación Battleaxe, ambas destinadas a aliviar la presión en Tobruk y a contrarrestar el empuje enemigo. Estos contraataques demostraron la creciente adaptación de los mandos aliados a la dinámica del desierto, con la introducción de nuevos tanques como el Crusader y mejoras en logística y comunicación. Aunque los británicos sufrieron reveses, también infligieron bajas considerables y pusieron en evidencia la dependencia germana de líneas de abastecimiento largas y vulnerables. Las continuas escaramuzas transformaron el desierto en un espacio de maniobras móviles, donde las columnas mecanizadas intentaban sorprender a los oponentes con movimientos envolventes.
A medida que la presión aumentaba, Rommel solicitó refuerzos adicionales, consciente de que la estrategia de avance continuo solo podía sostenerse si las divisiones blindadas recibían un flujo constante de combustible, municiones y piezas de repuesto. La respuesta desde el alto mando fue parcial: aunque se enviaron más tanques y cañones anticarro, la prioridad de los líderes en Berlín apuntaba hacia la inminente invasión de la Unión Soviética, lo que limitaba los recursos disponibles para el escenario africano. Esta situación colocó a la agrupación germano-italiana en una posición delicada: necesitaba obtener resultados contundentes con medios a menudo insuficientes.
El segundo semestre de 1941 estuvo marcado por avances y retrocesos. Tras la estabilización de la línea en torno a Tobruk, se libraron intensos combates en regiones desérticas como Sidi Rezegh, Bardia y Sollum. En estos episodios, la superioridad táctica alemana en el manejo de los blindados se hizo notar, pero las fuerzas británicas comenzaron a asimilar lecciones vitales, reforzando sus propios carros de combate y perfeccionando la coordinación con su artillería. El clima extremo, con temperaturas abrasadoras de día y frías por la noche, añadía complejidad a los movimientos. La arena fina dañaba los motores y obligaba a constantes tareas de mantenimiento, por lo que cada unidad debía contar con mecánicos y piezas de recambio suficientes para no quedar fuera de combate.
Hacia fines de 1941, la Operación Crusader planteó un desafío mayor para Rommel, pues los británicos desplegaron una fuerza numerosa con la intención de romper el cerco de Tobruk y expulsar a los alemanes de la Cirenaica. En las primeras fases, el ímpetu británico sorprendió a algunas formaciones del eje, que tuvieron dificultades para reagruparse. Sin embargo, la respuesta alemana llegó con contragolpes precisos, aprovechando la mayor experiencia de sus mandos intermedios en el manejo de divisiones panzer. La batalla se caracterizó por giros abruptos, con avances y retiradas de uno y otro bando, hasta que la presión logística obligó a Rommel a replegarse más al oeste. Tobruk fue aliviada, y las fuerzas aliadas recuperaron parte del terreno.
Aun así, el comandante alemán no abandonó sus planes. Reorganizó las divisiones, realizó reparaciones urgentes y aprovechó la llegada de nuevos refuerzos italianos, con la intención de lanzar un contraataque tan pronto como fuera viable. El conocimiento del terreno adquirido en las campañas anteriores brindó cierta ventaja a la agrupación germano-italiana, que sabía detectar rutas poco vigiladas y aprovechar la dispersión de las fuerzas enemigas. Además, la moral entre los soldados se mantenía relativamente alta, pese a las dificultades de reabastecimiento, debido a la reputación de Rommel como líder audaz y a la convicción de muchos de que era posible detener el avance británico si se manejaban adecuadamente los recursos.
Con la llegada de 1942, la situación se tornó más dinámica. El Afrika Korps se reconstituyó y lanzó una ofensiva exitosa que recuperó el control de ciudades como Derna, Bengasi y Agedabia, empujando nuevamente a los británicos hacia Egipto. Los combates alrededor de Gazala y la posterior captura de Tobruk en junio de ese año representaron el momento de mayor expansión para las fuerzas del eje en el norte de África. La caída de Tobruk generó asombro internacional, pues se consideraba una plaza fuerte difícil de tomar. Para Rommel, este triunfo reforzó su fama y le valió ser ascendido a mariscal de campo. Sin embargo, aquel avance se había logrado a costa de un importante consumo de suministros y de un desgaste considerable en las divisiones panzer.
En el horizonte aparecía el objetivo de llegar hasta Alejandría y, quizá, amenazar el canal de Suez. No obstante, la ampliación de las líneas de comunicación y las crecientes dificultades para recibir convoyes desde Italia pusieron un tope a las ambiciones de la fuerza germano-italiana. La insistencia del alto mando en Berlín en priorizar el frente oriental, así como la intensificación de los bombardeos británicos sobre el Mediterráneo, redujeron todavía más la capacidad de sostener la ofensiva. Aun así, Rommel planeó un golpe decisivo contra las posiciones enemigas cerca de El Alamein, buscando aprovechar la inercia de sus conquistas.
Antes de lanzarse al asalto, los alemanes y sus aliados italianos debían reorganizarse tras la rápida progresión. La fatiga acumulada en meses de batallas incesantes representaba un factor a considerar, pues las tripulaciones de tanques necesitaban rotación y mantenimiento de los vehículos. Además, la moral británica comenzó a recuperarse con la llegada de nuevos mandos, como Bernard Montgomery, quien reorganizó el VIII Ejército y aprovechó la mejoría en el flujo de suministros desde el Mar Rojo. Así, se gestaba un choque decisivo en las inmediaciones de El Alamein, donde las fuerzas del eje pretendían culminar su avance y los aliados buscaban detenerlo de manera definitiva.
La escasez de combustible comenzó a ser acuciante para los blindados germano-italianos, que precisaban miles de litros de gasolina para cada operación importante. Paralelamente, los británicos reforzaron sus capacidades antitanque y sumaron nuevos carros que rivalizaban con los panzer del eje. En este contexto, la iniciativa pasó a ser más compleja de mantener, ya que cada movimiento ofensivo exigía un cuidadoso cálculo de recursos y un conocimiento preciso del terreno. La ventaja inicial de la estrategia rápida y audaz se fue reduciendo a medida que las fuerzas enemigas se adaptaban y aprendían a contrarrestar las acciones móviles.
Este periodo de confrontaciones tempranas marcó la consolidación de ciertos rasgos característicos: la habilidad germana para la guerra relámpago, la relevancia de la coordinación con los aliados italianos, las complicaciones logísticas en un entorno desértico y la tenaz resistencia británica, que pasó de ser defensiva a proponer contraofensivas cada vez más elaboradas. A pesar de los notables éxitos iniciales, el desgaste derivado de las operaciones prolongadas, la vulnerabilidad de las rutas de abastecimiento y la intervención de nuevos factores, como la supremacía aérea aliada en fases posteriores, comenzaron a minar la capacidad de la formación germano-italiana para mantener su empuje.
El capítulo de estas primeras confrontaciones dejó enseñanzas para ambos bandos. Por un lado, los alemanes comprendieron que la victoria no se alcanzaría únicamente con tácticas agresivas y el arrojo de sus tanques: requerían una infraestructura logística sólida y la adecuada sincronización de esfuerzos con la flota italiana. Por otro lado, los británicos aprendieron que subestimar al enemigo podía resultar costoso y comprendieron la importancia de modernizar sus fuerzas blindadas y optimizar la comunicación entre las diferentes ramas del ejército. Este periodo sirvió como preludio a choques aún más encarnizados, donde el control de puertos, cruces de caminos y pozos de agua se convertiría en un factor decisivo.
Cambios y disolución
La siguiente etapa quedó definida por la ofensiva británica en El Alamein. A mediados de 1942, tras un arduo forcejeo de ambos bandos, las tropas del eje se encontraron con un oponente que había reestructurado sus líneas y reforzado su artillería y blindados. Las posiciones en El Alamein resultaban fundamentales, pues bloqueaban el paso directo hacia Egipto y el canal de Suez. Aunque Rommel seguía confiando en la movilidad de sus divisiones y en la capacidad de sorprender a los británicos, la realidad logística se hizo cada vez más asfixiante. El combustible escaseaba, y la cobertura aérea enemiga complicaba los movimientos de larga distancia.
La batalla de El Alamein, dividida en varios enfrentamientos, marcó un punto de inflexión. El Afrika Korps se enfrentó a la renovada fuerza del VIII Ejército, comandado ahora por Montgomery, quien había estudiado detenidamente las tácticas alemanas. Las posiciones defensivas británicas resistieron el impulso inicial, y las divisiones del eje chocaron contra densos campos de minas y una artillería cada vez más eficaz. Pese a los múltiples intentos de Rommel por encontrar un flanco débil, la línea aliada se mantuvo firme, desgastando progresivamente a los asaltantes. En la llamada Segunda Batalla de El Alamein, iniciada en octubre de 1942, la supremacía material de los británicos empezó a inclinar la balanza.
El repliegue obligado tras la derrota en El Alamein supuso un duro golpe para la moral y la estructura del Afrika Korps. La retirada hacia el oeste fue realizada bajo la constante presión de la aviación aliada, que atacaba convoyes de suministros y columnas en movimiento. Aunque Rommel intentó reagrupar a sus fuerzas en la frontera con Libia, la falta de combustible y las escasas reservas de munición convirtieron el retroceso en un proceso de desgaste continuo. Por otro lado, la presión aumentó todavía más con el desembarco angloestadounidense en el noroeste de África (Operación Torch), llevado a cabo en noviembre de 1942, que abrió un nuevo frente.
La llegada de tropas estadounidenses al teatro de operaciones marroquí y argelino provocó un movimiento de pinza sobre las fuerzas del eje. Mientras Rommel se batía en retirada por Libia, las divisiones aliadas avanzaban desde el oeste, ganando terreno en Túnez. El mando germano-italiano buscó fortificar posiciones en torno a la línea Mareth, con la esperanza de frenar el empuje de los aliados al menos temporalmente. No obstante, la superioridad en recursos y la capacidad de los aliados para coordinar ataques desde diferentes direcciones hicieron de esta estrategia un parche efímero. Los combates en Kasserine, Faid y otros enclaves tunecinos mostraron la resistencia desesperada de la fuerza germano-italiana, pero también evidenciaron su vulnerabilidad ante un enemigo con medios superiores.
A medida que avanzaba 1943, la agrupación se vio reducida por las pérdidas acumuladas y la dificultad extrema de sustituir material y hombres. La Luftwaffe ya no podía garantizar la supremacía aérea; los ataques aliados sobre las rutas marítimas provenientes de Italia y Sicilia complicaban la llegada de refuerzos. Cada vez que Rommel lograba estabilizar una línea, se veía obligado a retroceder de nuevo, carente de blindados suficientes y sin posibilidad de recibir piezas de repuesto. La fatiga de la tropa, sumada a la creciente carencia de víveres y munición, definió un panorama de inminente colapso.
La campaña tunecina culminó con el cerco definitivo de las últimas fuerzas del eje en mayo de 1943. Para entonces, Rommel había sido relevado del mando directo en África por cuestiones de salud y por divergencias con el alto mando, y la situación militar era prácticamente insostenible. Miles de soldados alemanes e italianos cayeron prisioneros, y numerosas unidades fueron destruidas o capturadas con su equipamiento intacto. Esta derrota clausuró la presencia de Alemania y sus aliados en el norte de África, dando paso a un nuevo escenario de la guerra en el que los aliados tenían mayor libertad para planificar invasiones en el sur de Europa.
Los cambios que experimentó el Afrika Korps desde su formación hasta su disolución reflejaron la evolución de la guerra a escala global. En un principio, se destacó por su rapidez y coordinación táctica, llegando a amenazar las principales posiciones británicas. Sin embargo, la falta de suficientes convoyes de suministro y la necesidad de priorizar otros frentes agotaron gradualmente su capacidad de maniobra. Los soldados pasaron de gozar de una iniciativa casi permanente a adoptar posturas defensivas, intentando conservar porciones de territorio con recursos mermados. El mando alemán comprendió demasiado tarde que el frente africano requería una dedicación constante de medios, algo que la estrategia general del Eje no podía sostener.
Otro factor de cambio fue la cooperación con las fuerzas italianas, que al inicio había permitido avances significativos gracias a la combinación de blindados alemanes con la artillería y el número de efectivos transalpinos. Con el paso del tiempo, y ante las sucesivas derrotas, la integración se hizo más complicada, aumentando las tensiones. Muchos oficiales alemanes criticaban la falta de equipamiento moderno en las divisiones italianas, mientras que los mandos italianos se quejaban de la falta de apoyo logístico y de la excesiva autonomía de Rommel. Esta fricción, aunque no deshizo la alianza, sí contribuyó a complicar los esfuerzos de defensa y a mermar la cohesión operativa en los últimos meses.
La disolución final del Afrika Korps en Túnez, tras duros combates y una retirada de miles de kilómetros, simbolizó el fin de un ciclo de victorias relámpago para la maquinaria alemana. Pese a la fama ganada en operaciones anteriores, la realidad material terminó imponiéndose. Los británicos y sus aliados, dotados de más aviones, tanques y combustibles, revirtieron la situación inicial, transformando un escenario que durante un tiempo pareció inclinarse del lado germano-italiano. Las últimas acciones en territorio tunecino se desarrollaron sin la fuerza y la cohesión que caracterizaron a la unidad en sus inicios. Las divisiones que quedaban intentaron resistir en un entorno cada vez más hostil, hasta que la rendición resultó ineludible.
Finalizado el cerco en el norte de África, los aliados pudieron fijar su mirada en Sicilia e Italia continental, iniciando una nueva fase de la contienda. Con ello se cerró un episodio que, durante alrededor de dos años, se consideró uno de los escenarios más dinámicos y, a la vez, extremos de la guerra. El Afrika Korps pasó de la ofensiva relámpago al repliegue interminable, en un entorno donde las distancias, la climatología y la logística impusieron obstáculos constantes. A lo largo de ese tiempo, quedaron patentes tanto los aciertos tácticos como los errores estratégicos que terminaron por provocar el derrumbe de la fuerza en suelo africano.
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Podcast: Afrika Korps
Fuentes:
- Beevor, Antony. La Segunda Guerra Mundial. Barcelona: Pasado & Presente, 2013.
- Lucas, James. La campaña del Desierto: El Eje contra los Aliados en el Norte de África (1940-1943). Madrid: Ediciones Folio, 2002.
- Rommel, Erwin. La Guerra sin Odio: Memorias de Afrika Korps (1941-1943). Barcelona: Ediciones del Bronce, 2004.
- Barnett, Correlli. El Desierto y el Marea: La guerra en África del Norte (1940-1943). Madrid: Inédita Editores, 2006.
- Deighton, Len. Blitzkrieg y la guerra relámpago. Barcelona: Crítica, 2003.