El templo mayor, custodiado por cuatro imponentes estatuas de Ramsés II, fue construido por este al sur de Egipto, a finales del siglo XII a. C., para conmemorar la batalla que libró en tierras de Canaán contra uno de sus mayores enemigos: los Hititas.
Abu Simbel
Al encontrarnos frente a esta estructura excavada en piedra, lo que realmente impresiona son sus enormes dimensiones y su casi perfecto estado de conservación. Para hacernos una idea de sus dimensiones, este speo llega a medir unos 33 metros de altura y cada uno de los cuatro colosos que flanquean la puerta de entrada unos 22. Cada uno de ellos viste la famosa corona unificadora del alto y bajo Egipto, complementando su atuendo con el nemes y la falda característica de la época. Unas estatuillas de los miembros familiares terminan de detallar la imponente fachada del complejo.
Tu navegador no admite iframes AMP.
Adentrándonos en lo más profundo del templo nos encontramos con una segunda sala hipóstila, más pequeña que la primera, que da cabida a su última instancia: un santuario que conserva cuatro recreaciones de Ra, Ptah, Amón y Ramsés.
Aunque lo curioso no acaba aquí, ya que la fama de esta sala le viene dada de los fenómenos solares.
Tras su construcción, los días 21 de febrero y octubre (nuevos estudios apuntan a que podrían tratarse de los días 20 y 22 respectivamente), los rayos de luz iluminaban el interior de la sala dejando en la penumbra a Ptah, dios del inframundo. Y por si fuera poco, los días marcarían fechas señaladas (esto no está probado científicamente), que coincidirían con el cumpleaños del máximo mandatario, su coronación, o incluso la popular fiesta del Hed-Sed.
Por otra parte, Hathor y la reina Nefertari son las protagonistas del templo menor, y en consecuencia, menos conocidas. Las estatuas del faraón y su esposa, intercaladas entre sí, protegen la entrada que conduce a la sala principal, y esta, a su vez, a un nuevo santuario que da cobijo a la figura de la diosa del amor como única y principal protagonista principal.
Ahora bien, todo el deterioro del paso del tiempo de los magnificentes motivos descritos fue descubierto en 1813 por el suizo Johann Ludwig, para que cuatro años más tarde, el italiano Giovanni Belzonilo saqueara, no sin antes liberar el complejo de las fieras arenas del desierto, pues estas llegaban a cubrir hasta el cuello a varios colosos.
A mediados del siglo XX, la construcción de la famosa presa de Asuán significaba una seria amenaza para el nuevo templo. Tras varias propuestas rechazadas, la UNESCO se dispuso a trasladarlo, en bloques y hacia una ubicación de mayor altitud.
Tu navegador no admite iframes AMP.
Autor: Manuel Toro Galea para revistadehistoria.es
¿Eres Historiador y quieres colaborar con revistadehistoria.es? Haz Click Aquí.
Suscríbete a Revista de Historia y disfruta de tus beneficios Premium