Nada contribuyó tanto a extender la leyenda de la papisa Juana como una ceremonia descrita, en forma de sátira burlesca por el cronista Félix Haemerlein.
Según él, cada vez que era nombrado un papa, se sentaba, con sus partes al aire, sobre una silla con el asiento agujereado. Un joven diácono metÃa el brazo por debajo, hasta palpar los testÃculos papales, asegurándose que fuera hombre, y no mujer. Una vez hecha la comprobación, gritaba a pleno pulmón:
Duo habet, et bene pendant
algo asà como ¡Tiene dos, y le cuelgan bien!, a lo que el pueblo y los clérigos allà reunidos respondÃan:
Deo Gratias
demos gracias a Dios.
El último prisionero del Vaticano - Revista de Historia
17/09/2019 @ 18:08
[…] comienzos de 1922 llegó al solio pontificio el cardenal Achille Ratti, quien asumió como el papa PÃo XI, convirtiéndose en el primer jefe de Estado de la Santa Sede y el último prisionero del […]